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Con vistas a la calle

JON AGIRIANO | VILLACAÑAS

La crisis del sector de la construcción ya ha dejado 700 despedidos en Villacañas, el pueblo manchego donde se fabrican el 72% de las puertas que se venden en España

PARADOS. Javier Mota, Mari Mar Martínez, Victorio Fernández y Julián Cruza, en una obra abandonada de su pueblo. /Ignacio Pérez

LOS DATOS

«Aquí no ha habido la más mínima planificación y nos hemos dado el trompazo»

Si hubiera que elegir una única imagen que representara por sí sola el paisaje de España en el siglo XXI no haría falta pensar mucho. A poco que fueran sinceros, incluso socialistas, populares y nacionalistas periféricos se pondrían de acuerdo: una vivienda en construcción y una grúa en todo lo alto. De hecho, la grúa torre que rompe la línea del cielo en tantos pueblos y ciudades ha reunido méritos sobrados como para convertirse ya en un icono nacional. Sólo ha faltado un poco de humor para incorporarla a la bandera en plan escudo alternativo y difundirla luego en pegatinas para coches, como se hace con el toro de Osborne o el burro catalán. En estas disquisiciones de baratillo anda enredado el visitante cuando llega a Villacañas (Toledo), un municipio de 10.700 habitantes que ha sido el primero en detectar lo que los economistas llevan tiempo vaticinando: la crisis del sector de la construcción, el pinchazo de la gran burbuja inmobiliaria española.

Villacañas es un poblachón de La Mancha rodeado de viñedos de airén y campos de cereal, un lugar ventoso y a desmano que, en su día, fue conocido por los silos, las cuevas donde vivían sus habitantes. Cuando los silos se fueron abandonando y acabaron convertidos en curiosidad para turistas y objetivo de los estudiosos de la etnografía manchega, Villacañas comenzó a dedicarse a la construcción industrial de puertas; en concreto, de un tipo de puerta plafonada con tablero recio y molduras macizas. El primero en hacerlo, a principios de los setenta, fue un vecino de la localidad, el carpintero Abilio Cuesta. Ahora se le recuerda con el respeto pomposo y la admiración retrospectiva que se reserva a los padres fundadores y a los grandes pioneros. Cualquier día le ponen un monumento. Y no es de extrañar porque la fundación de Puertas Cuesta fue el detonante de una explosión industrial que cambió para siempre la vida del municipio.

El Dorado

Villacañas es hoy el pueblo de las puertas. Sus empresas, que dan empleo a 4.000 trabajadores y el año pasado facturaron 780 millones, fabrican el 72% de las que se venden en España. Alrededor de 20.000 salen cada semana de sus fábricas y se reparten por todo el país. Son cifras imponentes que recuerdan que este lugar de La Mancha ha sido una especie de El Dorado; una tierra de promisión a la que retornaron felices los vecinos del pueblo que se fueron en los años sesenta y a la que comenzaron a llegar emigrantes de Colombia y Ecuador. El pleno empleo se instaló en Villacañas y en 40 kilómetros a la redonda. Hubo que construir nuevas urbanizaciones, florecieron los comercios y el parque móvil -Mercedes, BMW y Porche abrieron concesionarios- mejoró hasta convertirse en el más lujoso de España. El dinero, por supuesto, también provocó algún que otro efecto secundario pernicioso: Villacañas se convirtió en el municipio con mayor porcentaje de fracaso escolar de España.

-«Llegó a ser de un 30%. Cualquier chaval de 16 años sabía que, en cuanto quisiera, podía ganar 1.200 euros al mes. Y, claro, dejaba la escuela o el taller de formación»-, explica Estefan Araque, delegado de Comisiones Obreras en la comarca.

El pasado verano, sin embargo, el horizonte comenzó a ensombrecerse. Las fábricas todavía trabajaban a tres turnos y no daban abasto con los pedidos, pero algo estaba cambiando. Y no era para bien. El sector de la construcción había frenado en seco tras años de crecimiento desbocado. Algunos comenzaron a temer que se acercaba el final de los días de vino y rosas. Acertaron. En un par de meses, el efecto de ese frenazo se sintió en Villacañas. Menos casas, menos puertas. De cajón. De la noche a la mañana, en las fábricas sobraba gente. Además, las puertas típicas de Villacañas empezaron a quedar pasadas de moda. Los constructores las pedían lisas, cuya modelación requiere menos mano de obra. El caso es que en septiembre la empresa Docavi presentó un expediente de regulación de empleo para 46 trabajadores. Luego, en noviembre, le llegó el turno a Visel, una de las grandes. 225 trabajadores se fueron a casa con 45 días de sueldo por año trabajado. El goteo continuó. A final de año, la dirección de Dermaco remitió un burofax a 134 de sus 250 trabajadores informándoles de la suspensión de sus contratos.

-«En este momento, Dermaco es la empresa que peor está. Los trabajadores llevan tres meses sin currar y el Fondo de Garantía Salarial sólo cubre cuatro»-, explica el sindicalista.

Falta de previsión

El polígono industrial de Villacañas sorprende por sus dimensiones. Es tan grande como el pueblo. A las grandes fábricas de puertas (Visel, Artevi, Docavi, Proma, Barmovi, Eurodoor, Dermaco, San Rafael o Guillén) se une una sucesión interminable de pabellones de armarios y muebles, de cerchas y molduras, de bricolage, barnizados y lacados... En su día, abonados por el aire de la burbuja inmobiliaria, crecieron como champiñones. Es lo que dice Julián Cruza, que después de catorce años como carretillero en Visel, «cansado de las injusticias y de que sólo se valorase a los amiguetes de los dueños», decidió acogerse a la regulación de empleo.

-«Aquí las empresas han surgido unas de las otras. El proceso siempre ha sido el mismo: un grupo de trabajadores de una fábrica veía que había pedidos y decidía independizarse y montar la suya. Aquí ha habido hasta gerentes que se han ido con la lista de pedidos»-, comenta este villacañero, casado y con dos hijos, que ha decidido hacerse transportista.

A su lado, sentado en una mesa del bar La Verja, Estefan Araque da su diagnóstico sobre las razones de la crisis.

-«El problema es que se ha vivido al día. Aquí no ha habido la más mínima planificación y nos hemos dado el trompazo. Nadie se ha preocupado del mañana. Sólo existía el presente, crecer y crecer, pedidos y más pedidos. Pero no se han preocupado de levantar empresas sólidas y con perspectivas de futuro.

-«La única, Guillén. Es la que mejor funciona», tercia Julián Cruza.

-«¡Ahora se han dado cuenta de que había que buscar mercados en el extranjero y no dedicarse exclusivamente al mercado español! La falta de previsión ha sido total, pero tampoco es extraño. Aquí las empresas las han montado personas sin estudios que, de repente, se han encontrando facturando millonadas»-, dice Araque.

A la charla se incorporan otros tres despedidos de Visel, Victorio Fernández, Mari Mar Martínez y su marido, Javier Mota. Hasta su despido, Victorio llevaba 23 años trabajando en fábricas de puertas. Ahora piensa en hacerse albañil, aunque tampoco las tiene todas consigo. En el pueblo hay varias urbanizaciones que han quedado paradas y empiezan a ser una ruina de ladrillos y escombros por donde corren los salicones. Mari Mar y Javier tienen otros planes. Ella está haciendo un curso de peluquería en Alcazar y él estudia para profesor de autoescuela. Tienen pensado vender el piso y trasladarse a Madrid. Porque Villacañas ya no es lo que era.