Elecciones 2008 - 9 de Marzo

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Estampas de un país | ZARA

Estampas de un páis


El corazón del gigante

JON AGIRIANO | ARTEIXO (A CORUÑA)

Una visita a la central logística de Zara en Arteixo, una inmensa plataforma desde la que cada semana salen 3,6 millones de prendas que, en 48 horas, se reparten por todo el mundo

UN MUNDO . Cada una de las cinco plantas de la central logística de Zara tiene la extensión de 14 campos de fútbol. IGOR AIZPURU

LOS DATOS

Amancio Ortega fue un visionario al convertir al cliente en el rey

La historia oficial relata que Amancio Ortega Gaona (Busdongo de Arbas, León, 1936) empezó a trabajar a los 16 años como repartidor en la Camisería Gala, la más conocida de La Coruña. Al cabo de un año, pasó a la mercería La Maja, donde trabajaban sus hermanos Antonio y Josefa. Allí conoció a la que sería su primera mujer, Rosalía Mera. Inconformista y ambicioso, Amancio siempre pensó en montar su propio negocio. La oportunidad le llegó en 1963, cuando en compañía de su tío José Antonio Caramelo empezó a coser cucos de boatiné para bebés en un garaje de La Coruña. De los cucos pasaron a las batas, que triunfaron en la ciudad, y con el tiempo también en Cataluña, por su calidad y buen precio. Al cabo de seis años, en 1969, Amancio Ortega creó Confecciones Goa. Su modelo contravenía las normas habituales del sector. En lugar de fijar el precio en función de los costes de producción, decidió adaptar estos últimos a la cantidad por la que pretendía vender la prenda.

La empresa no dejó de crecer y, el 15 de mayo de 1975, Ortega inauguró en La Coruña la primera tienda de Zara. Quiso llamarla Zorba, pero el nombre ya estaba registrado. De nuevo, el empresario gallego prefirió alejarse del canon establecido. Su genialidad, de hecho, consiste en haberlo hecho todo al revés, aunque suene paradójico. A Amancio Ortega no le gustaba el modelo tradicional del comercio textil, una pirámide en la que el cliente era un don nadie y las tiendas de ropa estaban supeditadas a la voluntad de los proveedores y los diseñadores. En lugar de eso, decidió convertir al cliente en el rey. Las tiendas le ofrecerían lo que él demandase y los proveedores y los diseñadores trabajarían en función de los pedidos de cada establecimiento.

El gran triunfo

Han pasado más de treinta años desde entonces y el éxito de Zara, ahora firma líder del Grupo Inditex, ha sido de tal calibre –con 3.691 tiendas en 68 países, alrededor de 77.000 empleados y unos beneficios netos en 2006 de 1.002 millones de euros la multinacional española es la segunda empresa textil del mundo tras la norteamericana Gap– que su modelo revolucionario se estudia en la universidad de Harvard. Amancio Ortega, el hijo de un humilde peón ferroviario castellano, es uno de los hombres más ricos del mundo; aparte de un personaje misterioso y desconocido del que, durante años, ha sido casi imposible encontrar una fotografía en los archivos de los periódicos. Algo parecido ocurre con su hija y heredera Marta, que en los últimos meses ha trabajado de incógnito como dependienta de la tienda que Zara abrió en el barrio londinense de Chelsea. La chica ha heredado de su padre el gusto por ese lujo impagable que es el anonimato.

En el principio de esta historia se encuentra, pues, el cliente que entra en una tienda cualquiera de las siete cadenas –Zara, que todavía supone el 65,3% de las ventas del grupo, Pull and Bear, Massimo Dutti, Bershka, Stradivarius, Oysho y Zara Home– que componen Inditex. Todas ellas están cuidadas hasta el último detalle por un equipo de profesionales gallegos que trabajan para Amancio Ortega, viajando por todo el mundo, desde hace más de veinte años. El cliente X compra un modelo. Pongamos por caso una chaqueta de terciopelo azul con una rosa roja a la altura del corazón. Tras examinar las tendencias de la temporada de moda, los 300 diseñadores de Zara se han encargado de ponerla en el mercado.

Un engranaje perfecto

El éxito de esa prenda imaginaria pondrá en marcha un engranaje perfecto. Las encargadas de las tiendas valorarán las ventas y dos veces por semana, martes y jueves, tras examinar las existencias que hay en fábrica, harán su pedido en una PDA y lo mandarán por módem a alguno de los centros logísticos de la empresa. El mayor de todos, que suministra a Zara, se encuentra en el polígono Sabón de Arteixo (La Coruña), donde también se ubican la sede central del grupo y once fábricas encargadas de surtir de producto a la empresa española más internacional, la líder indiscutible de la moda en serie a precios asequibles. Más de 3.500 personas trabajan en este complejo, nucleo original de la compañía.–«Os va a impresionar», advierte Jesús Echevarría, director general de comunicación del grupo Inditex, cuando concluye su exposición con los últimos datos de ventas y producción del grupo, y deja a los visitantes en manos de dos de sus colaboradores, Pablo Sequeira e Ita Catoira, que actuarán de cicerones.

Echevarría está en lo cierto. El centro logístico de Zara impresiona. Entrar en él es hacerlo en el corazón del gigante. El edificio tiene cinco alturas y una superficie total de 500.000 metros cuadrados. Cada planta, por lo tanto, viene a ser como 14 campos de fútbol. No es extraño que los técnicos de mantenimiento tengan que moverse en bicicleta y que los trabajadores vistan sudaderas de diferentes colores para identificar en la distancia a sus compañeros de partida.

30.000 modelos

Un extraño puede perderse con facilidad. No se trata de un laberinto sino de una inmensidad de luz clara y altura de garaje sin apenas referencias. Como en el desierto, es el tamaño de la monotonía lo que confunde. Son kilómetros y kilómetros –hasta 260– de carriles colgados del techo que suenan como un scalextric. Por ellos circulan miles y miles de prendas, cada una en su percha, guiadas por un programa informático que les lleva a detenerse exactamente en el lugar asignado a la tienda indicada.–«A la semana salen de aquí 3,6 millones de unidades. El resto salen de la planta de Zaragoza. Luego cada cadena tiene su propio centro logístico. Pull and Bear en El Ferrol y Narón, Máximo Dutti, Oysho y Bershka, en Tordera, y Stradivarius en Sallent de Llobregat. En 2006, el grupo sacó 530 millones de unidades de 30.000 modelos distintos»–, explica Ita Catoira, que maneja las cifras astronómicas con la naturalidad que dan 18 años de trabajo en la empresa.

La planta de ropa doblada es quizás la más espectacular. Dos enormes cintas transportadoras hacen circular 60.000 prendas a la hora. Cada una de ellas lleva incorporada un código de barras que la hace deslizarse por uno de los 1.200 toboganes que dispone el ingenio y caer en una caja de cartón. Una máquina se encarga de cerrarla e identificarla con el nombre de la tienda, paso previo a su traslado a uno de los 170 muelles de carga de camiones.

En 48 horas como máximo esa prenda que está funcionando y que los clientes se quitan de las manos en las tiendas, la chaqueta de terciopelo azul con una rosa roja en el corazón, por ejemplo, estará de nuevo en las estanterías. Ya sea en Dubai, en Shangai, en Bogotá o en Bilbao. Donde haya sido demandada. Junto a unos precios populares y una exquisita atención al cliente, ése es el éxito de la empresa de un hombre emprendedor que construyó un imperio que no deja de crecer –la paradoja es tan sugerente que el visitante no deja de pensar en ella y en los inescrutables designios de la fortuna mientras camina por los dominios inabarcables de Amancio Ortega– el día que decidió hacerlo todo al revés.