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Cuando ETA se estanca

FLORENCIO DOMÍNGUEZ

El gran esfuerzo terrorista invertido en romper la tregua no se ha visto correspondido por un número de atentados equiparables, ni por acciones de impacto político, con la salvedad del asesinato de dos guardias civiles en Francia

Imagen del atentado de ETA en el aparcamiento de la T4 de Barajas.

El problema de ETA es que no ha conseguido remontar la crisis organizativa en la que entró a finales de 2001

Alfonso Etxegarai fue un destacado miembro del ‘comando Vizcaya’ a principios de los 80 al que se acusa de numerosos asesinatos y que desde hace casi 22 años se encuentra deportado en el archipiélago africano de Santo Tomé y Príncipe. De vez en cuando publica algún escrito con sus opiniones y análisis. «Y es en esa guerra en la que estamos estancados, hace ya algunos años, porque uno se estanca cuando no avanza o gana», escribía en uno de esos textos publicado en octubre de 2002. «Se estanca cuando más son sus muertos y encarcelados, cuando menos son sus acciones, cuanto más difuso y cuestionable es el blanco de las acciones, cuando menos contribuye para que su causa sea reconocida interna y externamente. Ellos lo saben perfectamente, saben que en su ‘guerra’ no tenemos fuerzas para ganarles y que apenas mantenemos nuestro derecho a la resistencia armada. Una resistencia armada, sea dicho, desfigurada totalmente por los efectos de ese fenómeno que llaman ‘terrorismo internacional’».

ETA se encontraba entonces en medio de una crisis interna, una crisis que se había presentado año y medio después de romper la tregua de 1999: la actividad terrorista era la más baja en tres décadas, siete de sus miembros murieron víctimas de sus propias bombas, un 37% de los comandos fueron desarticulados antes de cometer su primer atentado, la moral interna en el seno de la banda estaba bajo mínimos… Y eso que en 2000 y 2001 habían causado un elevado número de víctimas, lo que ya no lograría en los dos años siguientes.

Cinco años después, si se examina a ETA a la luz de los parámetros establecidos por Alfonso Etxegarai, el resultado sería demoledor para la banda terrorista. No es sólo que la cifra de atentados del pasado año sea una de las más bajas de su historia: es que los intentos abortados por las fuerzas de seguridad son tan importantes o más que los consumados. ETA hizo estallar un coche bomba en 2007, pero hubo otras seis ocasiones en las que fracasó cuando preparaba atentados similares.

El gran esfuerzo terrorista invertido en romper la tregua no se ha visto correspondido por un número de atentados equiparables, ni por acciones de impacto político, con la salvedad del asesinato de dos guardias civiles en Francia; curiosamente la única actuación terrorista no planificada que tuvo como contrapartida la captura de dos de los presuntos autores del crimen. Durante el pasado año, la banda sólo ha conseguido tener en funcionamiento dos comandos, frente a la docena que actuaron en 2000 tras la ruptura de la anterior tregua. Otras cuatro células cayeron en manos de la Policía antes de haber empezado a actuar.
El coste sufrido por los terroristas a causa de las detenciones policiales es alto, no tanto por el número de miembros de la banda capturados -entre 2004 y 2007 la media de arrestos anuales ha sido de 85, frente a los 178 del periodo 2000-2003- como porque los arrestos se producen sobre una banda ya debilitada previamente y porque afectan de manera muy notable a su capacidad operativa. Dos de los tres lugartenientes de ‘Txeroki’, el jefe de los comandos, fueron apresados el año pasado por la Policía; un ejercicio en el que, además, se desmanteló una importante estructura con base en Cahors con alta cualificación para producir explosivos y fabricar bombas, responsable de la elaboración de la que estalló en la T-4.

Pero el problema de ETA no es que no haya sido capaz de estar a la altura de sus amenazas tras la ruptura de la tregua y que el pasado año sólo cometiera 19 atentados frente a los 70 que perpetró en 2000, tras romper la otra tregua. El problema de ETA es que no ha conseguido remontar la crisis organizativa en la que entró a finales de 2001, una crisis que llevó a Garikoitz Azpiazu, ‘Txeroki’, a criticar a todos los dirigentes de la banda, a los que acusó de no seguir la línea que se había decidido en 1998, de planificar los atentados «a la ligera» y de no tener en cuenta los criterios de los comandos, en los que se encontraba él entonces. Cuando le pidieron explicaciones por su extremada virulencia, se disculpó alegando que sus críticas habían sido motivadas por la «falta de atentados».

La falta de atentados es lo que pone bajo mínimos la moral de los miembros de ETA: «La preocupación sobre la capacidad armada de la organización se ha extendido entre los miembros [de ETA] y la izquierda abertzale», reconocía la ejecutiva de la organización en un documento interno de marzo de 2004, cuando ya ‘Txeroki’ estaba en la cúpula. «Hay una preocupación generalizada entre los militantes por la falta de ‘ekintzas’», dice el acta de otra reunión de la ejecutiva. Fue aquel ambiente de debilidad y crisis el que llevó a Francisco Múgica Garmendia, ‘Pako’, y a otros cinco miembros de ETA a pedir el abandono de las armas en 2004 porque, según decía, «no se puede hacer una lucha armada a base de comunicados y proferir amenazas que no se cumplen».

Desde que ‘Txeroki’ puso de vuelta y media a sus jefes, la situación no ha mejorado a pesar de todos los experimentos que ETA ha hecho en este tiempo. La banda ha renovado la militancia, tiene dirigentes nuevos -entre ellos, el propio ‘Txeroki’-, ha modificado su estructura interna radicalmente, ha cambiado las formas de actuar de los aparatos, ha cambiado de puesto a una cuarta parte de sus cuadros, ha impartido nuevas normas de funcionamiento, ha simplificado los comandos con menos personal para dificultar su localización, ha implantando unas obsesivas medidas de seguridad… Pero lo único que ha conseguido es ser más ineficiente que antes. No es una crisis coyuntural de los últimos meses, una mala racha como otras que ha tenido en el pasado, sino un problema que se arrastra sin solución desde hace casi siete años y que sitúa a ETA en una tendencia descendente, aunque cada vez que se hace una afirmación de este tipo haya que tocar madera.

La tregua de 2006 podía haber sido aprovechada por ETA para intentar una reestructuración interna y salir reforzada porque en las treguas la acción policial cae bajo mínimos: 41 detenidos en 2006, la cifra más baja que se recuerda; 60 en 1999, la segunda más baja. Algunos sectores nacionalistas llevaban tiempo advirtiendo del peligro de «la nueva ETA»; una que se iba a crear a la sombra de ‘Txeroki’ sin infiltraciones policiales, más radical, más sanguinaria, más eficaz. A la hora de la verdad, sin embargo, ha demostrado ser la ETA de siempre, igual de contumaz en el terror, pero también igual de vulnerable. O quizás más, porque muchos de los miembros de la presunta «nueva ETA» han evidenciado una manifiesta falta de preparación para la vida clandestina, que ha hecho que terminaran al lado de los de la «vieja ETA»: en la cárcel.

En las cárceles españolas y francesas se ha vuelto a superar la cifra de setecientos presos que se había alcanzado a mediados de 2004, aunque luego había ido descendiendo porque también en las treguas se ablanda el corazón de la Justicia. Esa cifra, que incluye a los dirigentes de Batasuna encarcelados, es reveladora del coste personal que están pagando la banda y su entorno por su persistencia en el terrorismo y hace válida la referencia de Alfonso Etxegarai al estancamiento al que se llega cuando las bajas propias son más relevantes que los resultados.

Sin embargo, a pesar de un balance tan desfavorable, ni ETA ni los suyos -salvo excepciones- parecen dispuestos a tirar la toalla porque se agarran a la idea final a la que apunta Etxegarai: la eficacia de la violencia para la causa política de los terroristas. El comunicado difundido por los presos etarras el pasado 17 de febrero es significativo de esta actitud: el proceso de negociación ha fracasado, se admite, pero «nunca antes hemos llegado tan lejos en la declaración de los derechos del País Vasco», afirman los reclusos, que consideran que el acuerdo que no se llegó a ratificar «será un referente ineludible para el futuro».

Es una vieja costumbre de ETA escudarse en supuestos éxitos políticos para justificar el terrorismo. «En Euskal Herria hasta los más tontos ven que incluso esa porquería de Estatutos que se han conseguido los han cedido por la presión de la violencia y que, si no, ni eso hubieran cedido», declaraba Txomin Iturbe al ser entrevistado en Argel en noviembre de 1986. Si ETA se atribuye hasta el mérito del Estatuto de Autonomía que tanto ha denostado, cualquier cosa le sirve ahora para aferrarse a la continuidad de las armas, pero sobre todo le sirve la radicalización del nacionalismo institucional y la explotación propagandística de la pasada negociación. La banda apunta en el haber de su estrategia terrorista que se haya «extendido entre los ciudadanos vascos» la idea de que el marco autonómico ya no sirve y que la solución al conflicto pasa por una consulta popular y el respeto a la voluntad de los vascos, conceptos que el nacionalismo institucional ha interiorizado en estos últimos años.
Del reciente proceso de negociación, ETA anota como mérito propio «poner en crisis el estado de las autonomías», demostrar el «fracaso de la transición», haber provocado la confrontación entre el PP y el PSOE y dejar en evidencia «los límites» del Estado. Su respuesta ante esta situación es que «no habrá paz en España» mientras no se atiendan sus demandas políticas.

Puesto en un plato de la balanza el descalabro operativo y en el otro las expectativas políticas, estas últimas pesan más a la hora de decidirse por la continuidad del terrorismo, de igual manera que, en 2004, fue la falta de expectativas políticas las que llevaron a ‘Pakito’ y sus compañeros a abogar por la renuncia a las armas. La falta de capacidad de ETA para mantener un mínimo nivel de actividad terrorista es sólo la primera condición para que en su seno pueda volver a plantearse un debate sobre el abandono de la violencia. La segunda condición, no menos importante que la primera, es que se haga todo lo posible para no suscitar en los terroristas la menor expectativa de éxito político, que se demuestre con hechos que la esperanza de los presos de que la próxima negociación comenzará donde se dejó en el año 2006 es tan falsa como la idea de la «nueva ETA».